nuevos comienzos - Una nueva red 5E
Reglas para una nueva convivencia y una nueva red - O mucho mejor aún para una nueva sociedad completa

El libre acceso a tu información

Si bien es cierto que la Internet, las redes sociales y los sitios web son de común acceso a una buena mayoría de los habitantes del planeta -en tanto tengan los dispositivos necesarios para acceder a ellos-, también lo es que estas plataformas utilizan su poder para acceder libremente a la información de todos, sin el consentimiento pleno de sus usuarios. Y, en un mundo cuya economía depende del mercado, la información resulta un bien primordial para personalizar la oferta y así garantizar una constante demanda. Eso por no volver a mencionar los réditos políticos que, últimamente, se han sacado de estas bases de datos alrededor del mundo. Al aceptar los términos de un contrato para acceder a una red social como Facebook o Instagram, así como a cualquier aplicación que se instala en un Smartphone o en un computador, el usuario le da vía libre a esas compañías para que puedan acceder a la totalidad de su información personal, domicilio, teléfono, edad, historial académico y laboral, gustos personales, fotografías, videos y demás detalles de su vida, con un nivel de precisión que ni sus familiares o parejas pueden alcanzar.

Un solo click vale para comprar todo lo suyo, y con él, usted renuncia a los derechos sobre su esfera privada, no solo por un rato, sino para toda la vida. En la mayoría de países del mundo, los consumidores están amparados por una serie de derechos que protegen su información personal, entre otros aspectos. Sin embargo, en materia de consumo digital, las leyes son vagas e imprecisas, más aún tratándose de regular algunas de las empresas más grandes del planeta como Apple, Microsoft, Amazon, Google, Facebook o Alibaba. Con estos gigantes empresariales, el desconocimiento de los derechos del usuario pareciera ser la verdadera ley.  Es verdad que todos esos sitios siempre presentan los términos y condiciones de los contratos que suscriben “gratuitamente” con el usuario, pero la información es presentada de manera tal que nadie quiera leerla: letras diminutas y una infinidad de artículos, cláusulas e incisos, que rara vez, alguien se toma la molestia de leer. Igual, no es su culpa que el usuario prefiera obviarlos, al fin y al cabo, ellos le están proveyendo el servicio que prometen y cuentan con la libre aceptación de sus clientes. Si alguien se tomara el trabajo de leer detenidamente las cláusulas, encontraría que la mayoría de las veces están redactadas de manera tal que sea difícil comprender sus alcances, con dobles negaciones o figuras retóricas, ya que su intención es que los usuarios no puedan apagar los sistemas de grabación o de captura de detalles, para seguir haciendo un profiling de estos todo el tiempo. Gracias a esto reciben información para construir una base de datos que envidiaría cualquier empresa en el mundo.

Seguramente, alguien objetará que eso no es malo. Hay que presumir que el usuario no es del todo inocente y sabe que, en el fondo, esta es una transacción en la que ambos (Compañía y usuario) dan y reciben. Aunque este último no se entere del gigantesco análisis de datos que se pone en marcha con su información, a cambio de lo que “recibe”. Sin embargo, cuando encontramos que un buen porcentaje de los contratos que se suscriben en Internet son falsos, realizados con y/o por empresas fantasma que, en muchos casos recaban información de los usuarios para cometer actos ilícitos, es muy claro que algo no está funcionando bien. Este es un problema creciente de la actual Internet (La que todos utilizamos, donde la información es controlada por los grandes buscadores y empresas tecnológicas). Aún sin referirnos a la Red Oscura (O darknet, que funciona como un mercado negro en la Internet), páginas y entradas maliciosas siguen apareciendo cada día y cometiendo fraudes y otros delitos a la vista de todos. Sin embargo, es quizás menos notorio, pero a la larga más grave, que las grandes compañías hagan un uso poco ético de esa información que el usuario, inocentemente, les provee a cambio del uso de sus aplicaciones. Algunas estadísticas de años anteriores, estiman que el ingreso mundial por fraudes electrónicos es incluso mayor que el del narcotráfico. En 2015, de acuerdo con datos de la firma internacional Digiware, el impacto económico de esa actividad fue de USD$ 3 trillones a nivel mundial, frente al del narcotráfico que alcanzó USD$ 1 trillón.

Internet es una estructura global con muy pocas reglas generales. Es difícil alegar en contra de ella porque, en general, hay pocas instancias ante quien quejarse. En muchos países hay ciertas regulaciones, siguiendo el Principio de Neutralidad en la Red, pero siguen siendo incipientes frente a la dimensión del fenómeno que enfrentan. Por ejemplo, hay reglas en contra de la pornografía infantil o el uso de imágenes sensibles en algunas aplicaciones, pero ante la enormidad de la red, los usuarios siempre encuentran la forma de quebrantar las leyes y seguir perpetuando el problema. El hecho de que toda la red - usuarios, páginas y empresas- no se levanten frente a esta situación, probablemente se deba al temor de que cualquier intento por regular el uso y los contenidos pueda ser tomado como censura o coerción al libre acceso a la información. Claramente es un dilema muy difícil de sortear porque el establecimiento de límites entre lo que está permitido y lo que no, necesariamente favorece a unos y perjudica a otros. Sin embargo, es posible si se logra llegar a un acuerdo sobre los valores fundamentales a proteger para que no haya delitos ni actividades ilegales en la red.    

Estas actividades van mucho más allá de estafas y robos, utilizando la Internet también se presentan diferentes tipos de tráfico, suplantación de personas y diversos delitos contra la infancia, que deben ser prevenidos y erradicados. Igualmente, se reportan casos de personas que, de pronto, encuentran que su fotografía está siendo utilizada en otra parte del mundo para hacer memes, videos o, en el mejor de los casos, imágenes publicitarias sin su consentimiento. Por supuesto, tampoco reciben ningún dividendo por la utilización de su imagen, aún cuando hay personas y compañías que pueden estar ganando dinero con esta. Lo correcto sería que las distintas aplicaciones, redes y sitios web le aclararan al usuario que, en adelante, serán co-dueños de su información y que tienen derecho a venderla o explotarla con fines comerciales, mercantiles o políticos. Lo correcto sería, aún más, que las compañías no pudieran quedarse con esa información para siempre o que ese permiso que los usuarios dan, pudiera renovarse periódicamente, de modo que estos pudieran decidir sobre el uso de sus propios datos personales. En la actualidad, ya existen interesantes proyectos al respecto, como Solid (Social linked data), que ofrece un conjunto de convenciones y herramientas para crear aplicaciones sociales descentralizadas, en las que los usuarios son dueños de sus datos. No obstante, aún está lejos de ser universal y solo soluciona la parte de propiedad de la información. La implementación de la tecnología blockchain, en todos los procesos, podría ser una solución mucho más efectiva ya que permitiría ejercer un control global y descentralizado de estos.

En concordancia con lo anterior, también debería haber algún tipo de control sobre el “rastreo” de datos, a través de cookies y otros sistemas con que las grandes compañías perfilan el gusto de sus usuarios como consumidores. De esta manera, aunque parezca un poco extremo, la relación entre redes y usuarios sería mucho más honesta. Internet está plagado de todos los casos anteriormente mencionados, solo que no nos damos cuenta de ello o, simplemente, no nos importa porque no vemos la dimensión de cuánto nos afecta. En una situación ideal -como la Red 5E, que aquí se propone- ninguna de las empresas prestadoras de servicios tecnológicos y de comunicaciones recopilarían la información de sus usuarios. Sólo la Red podría hacerlo, de manera anónima y sin propósitos comerciales, para construir perfiles que permitan la agrupación de personas con intereses similares para el proceso fundamental de tomar decisiones colectivas en favor de la humanidad. Bajo este precepto, la Red no le pertenecería a nadie distinto de los propios usuarios. Gobiernos ni empresas multinacionales tendrían acceso a la información de los perfiles y grupos creados, estos sólo existirían para constituir los “filtros” que necesitaría el sistema a la hora de decidir.    

Podría decirse, no obstante, que algo así ya existe y se llama Google, pero la forma como ellos comercian con la información que allí circula, pone en cuestión la bondad de sus propósitos y la ética de sus procesos. El mundo necesita la tecnología y sus redes de información trabajando para humanidad, no al contrario, no solo para beneficio de unos pocos o de un determinado conglomerado empresarial. Desde esa perspectiva propongo, entonces, la creación de una megared alternativa, que pertenezca a los usuarios, que no solo funcione como administradora de la información en el mundo, sino que logre integrar a toda la humanidad para trabajar, sistemáticamente, en beneficio de todos. De eso se trata esta propuesta, de describir un sistema que, de un modo u otro, se abrirá paso en los tiempos por venir. No es posible demostrarlo científicamente, pero pienso que es el nuevo salto que la humanidad dará en su evolución. El propósito de los siguientes párrafos será, pues, mostrar cómo creo que esta red, la Red 5E, podría ser.