nuevos comienzos - Una nueva red 5E
Reglas para una nueva convivencia y una nueva red - O mucho mejor aún para una nueva sociedad completa

Un nuevo valor, una nueva economía

Con todo lo que se ha expuesto hasta el momento, resulta claro -al menos para mí- que el mundo necesita una nueva economía, una nueva forma de entender el concepto de “valor”. Hoy en día lo entendemos como el “grado de utilidad o aptitud de las cosas para satisfacer las necesidades o proporcionar bienestar o deleite. También es una cualidad de las cosas en virtud de la cual se da, por poseerlas, cierta suma de dinero o equivalente” (Diccionario de la RAE, Online.) En este sentido, tendemos a asociar el valor de las cosas mucho más con su representación en dinero que con la utilidad que nos prestan, un hecho que seguramente obedece a la economía de mercado, pero que nos pone en una posición que monetiza todo y pone al dinero como bien supremo de la sociedad. Por más dinero que se obtenga, hay un momento en que ya no hay más cosas que adquirir y sobrevienen el vacío de sentido o la angustia existencial. Los casos de Síndrome del Desorden Financiero -relacionados con el consumo compulsivo- aumentan considerablemente a medida que el mundo sigue promoviendo el crédito como mecanismo principal para movilizar la economía y, así, seguimos anclados a un modelo que privilegia la posesión y el consumo como pilares de la felicidad, en detrimento de los recursos naturales y de las demás personas.

Por supuesto que no soy el primero en decirlo, pero es hora de repetirlo: hay que repensar el modelo. En un mundo en red -nos lo está demostrando la pandemia- muchas formas de trabajar y producir valor tendrán que transformarse. Ya no es valioso únicamente aquello que se produce in situ con el trabajo físico, sino que todo eso que se produce remotamente empieza a tomar mayor trascendencia porque se eliminan las distancias, se reducen el transporte, los fletes, los combustibles, etc. Muchos productos de uso diario son ahora producidos por máquinas y otras tantas actividades humanas, como barrer o aspirar, ya son realizadas por robots domésticos que se adquieren a precios, más o menos asequibles, en el mercado. En un día no muy lejano, los taxis van a ser reemplazados por vehículos autónomos, los contadores serán reemplazados por programas que entienden la semántica de los contratos y la lógica de los impuestos y sus números. De acuerdo con el diario El Mundo, de España: “los robots podrían desempeñar las tareas en las que hoy trabaja el 47% de la población económicamente activa. Esto significa que se podrían perder más de 1600 millones de puestos de trabajo”. Asimismo, un estudio del OBS Business School, de Barcelona, señala que “Entre 1970 y 2015, los ordenadores destruyeron en Estados Unidos 3.5 millones de puestos de trabajo, a la vez que contribuyeron a crear 19.3 nuevos”. Lo que esto nos muestra es que, con más productos y servicios desarrollados por las máquinas, el sistema económico está beneficiando, cada vez, a menos personas. El cambio en la esfera laboral es una realidad.  No aplica para todos los casos, obvio, pero sí atañe directamente a lo que será la vida laboral de los seres humanos en un futuro no muy lejano. Hay que cambiar, entonces, nuestro concepto de valor, no podemos seguir apreciando únicamente aquello que resulta de producir, producir y producir en virtud de la posesión o el enriquecimiento egoísta. Hace años que la humanidad ya llegó al final de aquellos tiempos en los que la conquista y/o la esclavitud de otros pueblos y otras personas, eran la principal forma de producir crecimiento económico. La Revolución Industrial alteró esos valores en la segunda mitad del siglo XVIII y ahora, la Revolución Digital está redefiniendo las cosas nuevamente para llevarnos a nuevas formas de producir colectivamente. Paradójicamente, esto no es nuevo, muchas comunidades indígenas, por ejemplo, no tienen el concepto de que “poseen” la tierra que utilizan para producir lo que será de todos, para ellos lo importante es que aquello que se produzca sea bueno para la comunidad. Tal vez sea tiempo de regresar al origen, a la sencillez de esas sociedades donde con reglas simples todo se podía manejar. En esos modelos también tiene su base la Red 5E.

La economía neoliberal con su apertura del mercado, su favorecimiento de la producción y la carga de impuestos al consumidor, ha dejado como resultado una peligrosa expoliación de los recursos naturales -piénsese, por ejemplo, en la minería, en el fracking, la producción de moda barata que cambia colecciones rápidamente o en la industrialización de la producción de comida-, un endeudamiento progresivo de la clase media y ha aumentado, enormemente, la brecha entre ricos y pobres. ¿Cómo convencer entonces, al empresario millonario de que hay que redistribuir los recursos? Quizá no sea necesario hacerlo de un modo tan radical, la rueda de la historia continúa girando y los cambios, simplemente, se van dando. Pueden introducirse, sin embargo, mecanismos sutiles pero importantes para ayudar a que las cosas cambien. La Red 5E, por ejemplo, elimina las herencias que suelen conducir al monopolio, como se explicará más adelante. Y así, un día las crisis sociales, la economía cambiante, las revoluciones políticas o las pandemias, terminarán por convencer a la humanidad de que la supervivencia es el valor primordial, que los valores deben orientarse al bienestar del ser humano y que mis propios valores no pueden estar por encima de los valores de los demás. No podemos seguir promoviendo un capitalismo que solo enriquece al individuo, ni un socialismo que solo hace prosperar a un partido o al gobierno de turno. En un futuro ideal quien tenga los medios, deberá ayudar a otros también a producir en beneficio suyo y del resto de la sociedad.

Pero, para ello, debemos convencer al mundo de cambiar su modo de pensar. Hay que modificar los valores, rompiendo el paradigma de que el dinero es el fin último de toda acción humana, hallar formas de garantizar la vida con calidad para todos y centrar nuestra atención en el desarrollo del ser humano, en sus habilidades e intereses. Si logramos convertirnos en una sociedad en la que todos trabajen en aquello que quieren, para lo cual habrán de prepararse vocacional y profesionalmente, con seguridad encontraremos la forma de reorientar el concepto de valor hacia todo aquello que se hace por el bien común y no solo eso que procure el bienestar de una única persona o de un reducido grupo en el poder. En una sociedad así todos los trabajos son valiosos y, si el sistema los retribuye en una escala que no discrimine, incluso esas actividades que nadie quiere hacer -barrer las calles, recoger y disponer de la basura, cuidar a los ancianos, etc.- será posible pensar en un mundo más justo porque premia las tareas que redundan, directamente, en el bienestar de la sociedad. Esto es, una redefinición del modelo actual según el cual la especialización técnica y profesional se convierte en otro factor de discriminación. La irrupción de la educación especializada como consecuencia de la separación de tareas que trajo la Revolución Industrial, condujo a valorar ese fenómeno como condición necesaria para el desarrollo, eliminó los oficios y dio origen a las profesiones que, puestas unas sobre otras -en razón de su mayor o menor contribución a la producción y a la generación de dinero-, crearon una nueva pirámide en términos de lo laboral. Sin embargo, a la luz de las cosas que son más necesarias para la vida de la especie, muchos de esos trabajos que están en la base de la pirámide y que, en esa lógica de la especialización son menos importantes, han quedado relegados a lugares de mínimo protagonismo y, como tal, de menor apreciación por parte de la sociedad.

Es necesario revalorar estas actividades, ya que su importancia para el funcionamiento de la comunidad es muy grande. Una vez más, la crisis del coronavirus nos está mostrando que, junto al sector de la salud, aquellas personas que trabajan en la limpieza, por ejemplo, son fundamentales para el mantenimiento de las condiciones necesarias para la vida. Igualmente ocurre con las personas que se trabajan en los servicios de correo y mensajería, que literalmente, permiten que la sociedad siga funcionando gracias a que son los únicos que mueven el mercado. Qué no decir del sector de la agricultura, tradicionalmente olvidado por los gobiernos en muchos países del tercer mundo, que ha demostrado su importancia para producir la comida que alimenta a todos aún en medio de la pandemia. Son solo tres casos de muchas otras ocupaciones que también podrían ser señaladas, pero que son suficientemente emblemáticos de lo que este apartado del texto quiere mostrar. La sociedad no se movería sin las personas que realizan estos oficios y, por lo tanto, en la Red 5E todos ellos serán valorados de un modo diferente. Sin desconocer, en ningún momento, la enorme importancia que tienen las profesiones y su consecuente especialización, todas las personas que trabajaran en estas actividades recibirían un pago alto y digno con el que, además, se estimularía su continuidad. Las nuevas formas de producción en el siglo XXI y una visión menos capitalista de la economía señalan, entonces, que hace falta entender el mundo de forma diferente, para garantizar mejores condiciones de vida para todos.